60 segundos pueden parecer poco tiempo, pero un minuto realizando flexiones llega a ser eterno, al igual que 60 segundos aguantando la respiración. El tiempo es relativo, pero Rocío nunca lograba irse a la cama satisfecha. Aseguraba que le faltaban horas del día para organizar su casa, cuidar de sus hijos, trabajar y sacar algún tiempo para leer y disfrutar del cine que era lo que más le apasionaba. Harta de su vida decidió replantearse el modo de vivir, pero antes pensó visitar uno de sus lugares preferidos y pendientes; los fiordos noruegos.
Llegó a Oslo un tres de junio cuando los días se estiraban como un chicle y el sol permanecía en el cielo hasta medianoche y volvía a lucir a las tres de la madrugada. El tiempo era el mismo, pero en esta ciudad parecía que la vida se alargaba más y en un día había visitado la ópera de Oslo y navegado por los fiordos. Le parecía increíble tener en su cámara 300 fotos hechas en apenas unas horas y a las 22.30 todavía el sol le pedía que aguantara más tiempo despierta. Para ella era la ciudad perfecta porque parecía que todo duraba más tiempo.
Durante su estancia conoció a una joven noruega Dunna y maravillada por los días tan largos con los que disfrutaba le confesó su envidia. La joven extrañada le dijo: “bueno yo hago lo mismo en verano que cuando apenas hay luz en invierno. En estos meses nos pasamos todo el día a oscuras y sólo tenemos durante tres horas una media luz. El tiempo lo manejo a mi antojo y no dependo de en qué momento del día esté y si hay sol o luna. Si te lo propones un minuto puede suponer una hora, o un día un sólo un segundo. La vida es cada segundo repartido a tu gusto”.