Se conocían hacía 15 años, trabajaban juntos y habían vivido los despidos de jefes, la llegada de nuevos, los cambios y avances en el mundo laboral. Durante años disfrutaban de conversaciones en la cafetería soñando y proyectando cómo sería su vida. Se llevaban cinco años, uno había pasado la barrera de los 40 años, estaba casado y tenía dos hijos, el otro no había encontrado todavía a nadie para compartir su vida porque sus relaciones habían fracasado una detrás de otra y su vida se reducía de casa al trabajo y algún viaje que otro. El casado anhelaba la libertad del soltero y éste añoraba una vida en familia y el calor de un hogar compartido. Los dos tenían en común que eran infelices y no cesaban de quejarse. Cada uno de ellos pensaba que la vida de su amigo era mejor que la suya. Un día conocieron a una persona que había estado casada y años más tarde se había divorciado y había pasado por los dos estados. En una de sus conversaciones sobre la vida les dijo. “Estáis equivocados, no tenéis ni idea de qué es la felicidad. Os pasáis el tiempo buscándola y proyectando y no pensáis que en este momento tenéis la felicidad. Yo os veo y me da envidia porque habéis mantenido una amistad durante tanto tiempo y os los pasáis fenomenal. Ahora sois felices y eso es la felicidad, los pequeños momentos, las pequeñas cosas”.

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