Félix era directivo de una empresa informática, siempre mantenía que ir bien vestido no era una opción, sino algo necesario para marcar estilo, ofrecer una seguridad en su empresa y alcanzar contratos millonarios. Su obsesión por la limpieza y el aseo era extremo y nunca se permitía estar despeinado, con la corbata desanudada o con la camisa arrugada. Su mujer sabía cómo era y le dejaba como algo imposible cuando le increpaba cuando ella pretendía darle un achuchón y él le recriminaba que le estropeaba la camisa.
Durante meses, estuvo preparando la presentación oficial ante todos los medios de comunicación de la cuenta de resultados de su empresa. Un logro muy meritorio en plena crisis económica.
La rueda de prensa comenzaba a las 12 de la mañana y a las 8 de la mañana ya estaba en pié, había salido para hacer footing como todas las mañanas, había disfrutado de un copioso desayuno y de su kiwi para regular su organismo.
Traje de chaqueta negro impecable, corbata verde rompedora, zapatos italianos y su ipad con toda la documentación que iba a relatar horas después.
A las 12 en punto comenzaba la rueda de prensa y un silencio sepulcral en la sala marcaba el inicio de su gran momento. Apenas llevaba dos minutos hablando cuando sin saber ni cómo ni por qué una flatulencia salió de su cuerpo trajeado. Su rostro cambió, las risas se precipitaron por toda la sala y aunque continuó hablando nadie le prestó atención.
Al día siguiente los titulares fueron los mismos. “Félix González expulsa sus aires cuando informaba sobre su cuenta de resultados”.
No sabía qué decir, Félix cayó en una profunda depresión, su carrera había acabado por una simple flatulencia.
Una tarde, cuando se lo contaba a su mujer apenado y angustiado su hija Rocío, de cinco años, le dijo. “Pues Papi te ha pasado como a mi esta mañana en el cole y todos mis compañeros se han reído y yo con ellos. Ha sido lo más divertido de la mañana papi, yo no estoy triste”.
La vida es una broma, a veces pesada y otras no, pero una broma para reírte con ella.