Beso que no daba, beso que perdía. Este era el leit motiv de Roberto, un joven de 31 años que disfrutaba regalando besos. Sus amigos le aseguraban que estaba muy obsesionado y que no era necesario hacerlo con todo el mundo, sólo a los seres queridos. Pero Roberto llegaba a una tienda saludaba a la empleada con un beso y le pedía la talla L, la dependienta no lograba reaccionar a tiempo y se tocaba la cara extrañada y pensando si había sido real lo que había experimentado.
Roberto saludaba con un beso a todos sus amigos, familiares, vecinos y compañeros de trabajo, empleados de las tiendas.. Besos y besos, cada día perdía la cuenta, pero le encantaba y cada vez más. Sentía que con cada beso era más feliz.
Su obsesión acabó por apartarle de mucha gente que lo rechazaban cada vez que llegaba y se quedó prácticamente solo en la vida. Rosa le explicó que con su actitud había conseguido ahuyentar a todo el mundo. Pero Roberto le dijo “obsesión y ¿quién no tiene una obsesión en la vida? ¿A qué le llamas estar todo el día hablando de tu ex marido y repitiéndome una y otra vez por qué te abandonó? ¿Obsesión? ¿Eso no lo hace el tendero que se pasa todo el día contándome el resultado de los partidos de fútbol? ¿Obsesión no tendrá la vecina que repite cada día que sus vecinos hacen ruido? O los informativos sólo hablando de la crisis económica, o la gente que no cesa de consumir y cada día compra y compra sin freno. Vivimos enfocados en obsesiones, estamos programados para eso. Yo por lo menos me obsesiono con cosas agradables, el problema es de los que me rechazan”, sentenció.