Lola había decidido poner tierra por medio y empezar una nueva vida. Llevaba 38 años en el mundo y quería buscar más allá de lo que ya conocía. No sabía si sería mejor o muy diferente a lo que ya vivía pero sentía que lo tenía que intentar. Durante años le había atraído San Francisco y no porque conociera a nadie, sino porque le apasionaban las cuestas y la imagen cosmopolita de la ciudad. Un día septiembre desembarcó y comprobó que esa ciudad le apasionaba y quería explorarla mucho más tiempo que el de unas vacaciones.

Su intuición también le hizo conocer a gente que le ayudó a sentirse como en casa. A los seis meses volvía y con un visado de 18 meses para trabajar. No sabía cómo ni con quién, pero sentía que podría vivir ese tiempo de su esfuerzo y de sus ganas por mejorar. Empuje no le faltaba y sabía que si la vida le había llevado allí era porque era el mejor lugar donde debía estar.

El libro de su vida había comenzado un nuevo capítulo y sólo faltaba llenarlo de experiencias. Pero lo más importante era su sensación de tranquilidad y de cercanía con una ciudad que nada tenía que ver con ella.

Lola recordaba este momento como su primer beso, su primer novio, su primera experiencia sexual, su primer coche, su primer trabajo o su primer día en otro país y de otro continente. Era el principio de una nueva vida.

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