Lola había decidido poner tierra por medio y empezar una nueva vida. Llevaba 38 años en el mundo y quería buscar más allá de lo que ya conocía. No sabía si sería mejor o muy diferente a lo que ya vivía pero sentía que lo tenía que intentar. Durante años le había atraído San Francisco y no porque conociera a nadie, sino porque le apasionaban las cuestas y la imagen cosmopolita de la ciudad. Un día septiembre desembarcó y comprobó que esa ciudad le apasionaba y quería explorarla mucho más tiempo que el de unas vacaciones.
El libro de su vida había comenzado un nuevo capítulo y sólo faltaba llenarlo de experiencias. Pero lo más importante era su sensación de tranquilidad y de cercanía con una ciudad que nada tenía que ver con ella.