Su padre era negro, su madre negra y él nació también, pero vivió en un país de blancos. No sabía por qué era de diferente color al resto de sus compañeros de clase. Sus padres adoptivos eran blancos y él se sentía como el extraño, por eso cuando tuvo cinco años a Pedro le contaron que había sido acogido en España porque su familia no tenía recursos y no podía cuidar de él.
Esa relevación le hizo tomar una decisión; cuando fuera lo suficientemente mayor se marcharía para buscar a gente similar a él.
Su objetivo era crecer, crecer rápido y encontrar a sus familiares. Estaba harto de escuchar expresiones de sus compañeros como ¿Tú tienes la sangre roja? ¿Naciste negro? ¿Para qué tomas el sol si ya estás moreno?
Cuando cumplió los 18 años decidió marcharse a Sudáfrica, le habían dicho que allí los negros gobernaban sobre los blancos. Pero cuando llegó no le gustó el trato hacia los blancos. Se acordaba de sus padres adoptivos y a pesar de que estaba rodeado por personas de su mismo color se encontró en tierra de nadie.
Un día conoció a un mulato y Pedro le dijo. “Claro, tú sí que sabes, nadie se puede meter contigo porque tienes los dos colores”. El mulato quedó boquiaberto con la reflexión de Pedro y le dijo. “¿Te has preguntado por qué te preocupa tanto el color? Yo soy ciego y no sé cómo es el blanco o el negro. Soy Arturo, el ciego, pero todos me llaman Arturo, el sonrisas. Procuro reírme, porque aunque no me vea, oigo las risas de los demás. Ver no veo, pero escuchar lo hago a la perfección. “Busca en tí que seguro que tienes algo que los demás no tienen y deja de buscar ahí fuera”, sentenció.

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