Un 10 de enero Roberto decidió cuál sería destino de vacaciones en agosto. Se iría al Caribe, le habían comentado que en verano podía haber tormentas, pero no le importaba, llevaba años planeando ese viaje y por fin tenía dinero para poder disfrutar de aguas cristalinas, ron, palmeras y por qué no, chicas guapas.
Tenía 34 años y su novia Rocío le había abandonado en septiembre. El año pasado decidieron ir juntos a Santo Domingo, pero ahora lo debería hacerlo solo porque su novia había preferido a su profesor de spining.
Cuando llegó la primavera comenzó a comprarse bañadores, unas gafas de sol de aviador y un equipo de buceo. Quería estar irresistible e incluso se descargó en el ordenador algún vídeo para ver cómo se bailaba la bachata.
Los meses le pasaban lentos y no veía el día de volar hacia el paraíso.
Todos en su empresa ya sabían el destino de Roberto que no cesaba de comentar lo afortunado que se sentía libre con su viaje a la vuelta de la esquina. Pensaba, “por favor que pasen estos meses volando, quiero estar allí, estos días no los necesito, son una pérdida de tiempo”.
El mundo se le echaba encima y ni salía con los amigos porque quería ahorrar, no había nada más importante que su viaje y los planes de compañeros le aburrían.
Llegó julio y comenzó a descontar los días uno a uno. Estaba encantado de conocerse y bromeaba cada vez que llegaba a su trabajo “¿Os he comentado dónde estaré dentro de unos días verdad? “Sí, Roberto sí,”, le decían sus compañeros con paciencia.
El vuelo estaba previsto para el día 10 de agosto a las 12 de la mañana, la maleta la preparó un mes antes y cada día la repasaba para comprobar que no le faltaba nada. La noche previa dejó su equipaje delante de la puerta de su casa, todo preparado, sólo faltaba salir de su edificio y coger el taxi que ya lo había reservado con destino al aeropuerto. Llegó el gran día y a las siete de la mañana se despertó con muchos nervios. Amaneció algo mareado y pensó que sería por la emoción del día, desayunó, pero no se sentía mejor y cada minuto que pasaba el malestar iba en aumento. Comenzó a sentir un dolor agudo en el brazo izquierdo, la presión se le desplazó al pecho y su vida comenzó a pasar por delante. Miles de escenas a una velocidad de vértigo hasta que sintió que se iba, se iba y no podía respirar. Roberto yacía en el suelo sin vida tras un ataque al corazón, justo en el momento en el que el taxista llamaba a su puerta para llevarlo al aeropuerto.
Los últimos meses de su vida los había pasado preparando un momento que nunca llegaría, desperdició semanas, días y horas pensando en algo que no viviría. Ojalá hubiera tenido los cinco sentidos para disfrutar de cada uno de los momentos de su vida. Ojalá hubiera vivido cada segundo como si fuera el último.