Aurora era la pequeña de una familia humilde del sur de España. Tenía dos hermanos y era la encargada de hacer las tareas de la casa. Sus padres le habían inculcado el deber de colaborar en las tareas del hogar. Fue creciendo y decidió no estudiar más para poder ayudar en casa. Sus hermanos, sin embargo, sí que realizaron una carrera universitaria y se marcharon a Madrid. Ella se quedó en el pueblo y conoció a su futuro marido, buena persona pero sin intenciones de ofrecerle libertad. Salió de casa de sus padres para formar un hogar donde ella era la dueña y señora de las cacerolas, la escoba, la aguja de coser y la plancha. Complació a su marido y tuvieron cuatro hijos como él deseaba. Todos varones y una niña.
Su vida se reducía a preparar la comida, cuidar de los niños, atender a su marido, acudir a la compra o regatear en el mercado para obtener los mejores y más baratos productos. Tenía algunas amigas y vecinas que le pedían consejo en su matrimonio, acudían a su casa para aprender nuevas recetas de cocina y le pedían favores que complacía gustosamente.
Todos el mundo la adoraba, la quería y se lo decían continuamente porque siempre tenía un momento para acudir allá donde le llamaran.
Ella se sentía bien estaba arropada por su familia y sus amigos, pero un día su marido falleció y se sintíó muy apenada, sus hijos ya se habían marchado de casa y hacían vida con sus familias y sus amigas habían aprendido y ya no la necesitaban tanto. De repente se encontró sola y abandonada, no entendía lo que le había ocurrido, siempre había estado al lado de todo el mundo pero ahora nadie estaba con ella.
Se sentía desdichada y un día cuando estaba en casa se miró en el espejo de su habitación y descubrió a una mujer que no reconocía. Se había hecho mayor, era anciana y su rostro estaba repleto de arrugas. Había dedicado toda su vida a cuidar de los demás, pero nunca había tenido tiempo de estar con ella misma y disfrutar de su compañía. Comprobó que conocía al detalle al resto de la gente, pero ella apenas se conocía aunque se alegró de haber llegado a tiempo y poder dedicar los últimos años de su vida a estar con la persona que le había acompañado en silencio toda su vida.