La naturaleza del cuerpo

Ángel era ingeniero de física cuántica, algo que él apenas podía explicar con claridad a todo el que se lo preguntaba. Durante años trabajó en un laboratorio y allí le llamaban el doctor. No tenía ni idea de medicina, pero en cuanto alguien se mareaba, se sentía indispuesto o por la calle presenciaba algún percance, allí iba él como el gran salvador. Incluso, no tuvo problemas en avalanzarse a socorrer a un joven caído en la calle tras haber sido atropellado en medio de una avenida de Dublin, a pesar de su escaso dominio del inglés. No entendía la reacción que sentía en ayudar a la gente aunque no supiera nada de medicina.
Ante tantos casos seguidos decidió ser médico porque pensaba que esa era su verdadera profesión, pero tampoco estaba satisfecho.
Su otra gran pasión era la naturaleza, le encantaba subir montañas, bucear en el mar y hacer puenting. Mientras operaba, su mente se alejaba hasta uno de los parajes que había visto días atrás y cuando estaba en una gran extensión verde se acordaba de una de las últimas operaciones que había realizado. Su vida era dual y  al mismo tiempo una, vivía una situación y pensaba en la otra. Su cuerpo y mente estaba en dos lugares a la vez. Esa sensación la llevaba sintiendo durante meses y no acababa de entender el paralelismo.
Pero un día tumbado sobre la toalla y contemplando cómo un cangrejo intentaba salir del agua, comprendió la esencia de la vida. El cuerpo humano es una copia exacta del planeta. Los ríos que recorren el planeta de un extremo al otro son exactamente igual que la sangre que fluye a través de venas y capilares. Los órganos son iguales que los países, estratégicamente distribuidos por todo el planeta. Y las células, sin duda, son las personas. Millones y millones repartidas por toda la tierra, al igual que la microcélulas que se encuentran en lugares tan dispares como el dedo meñique o el cuero cabelludo.
Ángel entendió que se funcionaba igual dentro de su cuerpo que fuera. Por eso, comprendió su necesidad de salvar a todo el que lo necesitaba. Al igual que las células son independientes pero forman parte de un cuerpo, los humanos también vivimos individualmente, pero en el fondo todos somos uno y quien es consciente de ello no puede permitir que ninguna de sus células muera.