La confianza perdida

Como cada mañana, un jueves de noviembre Joaquín se levantó, se duchó con agua templada, decidió estrenar una camiseta roja y sus vaqueros preferidos. Desayunó café con leche más cinco galletas y se dispuso a iniciar un nuevo día como periodista. Trabajaba en un medio local, en la sección de deportes y cubría informaciones sobre partidos de baloncesto. Le apasionaba lo que hacía y no le importaba llegar tarde a cenar o perderse una reunión con amigos. Se sentía afortunado por trabajar en lo que le gustaba y a todo el mundo le comentaba a qué se dedicaba y cómo le apasionaba. 
Ese día llegó como todas las mañanas al trabajo, saludó a sus compañeros y se dispuso a prepararse la crónica que tendría que redactar horas después en el partido que se celebraba a las ocho de la tarde. No había ni abierto el ordenador cuando el director le llamó a su despacho, le extrañó, nunca le había llamado pero no se imaginaba para qué era. “Lo sentimos, ya no contamos contigo. No eres el perfil que estamos buscando”. No podía creer lo que estaba oyendo y esas palabras le resonaron en su cabeza. El director continuó hablando, pero Joaquín no conseguía entender lo que decía, comenzó a ver doble y se sintió empañado de sudor. Estaba presenciando su despido. “¿A mí?, ¿Cómo puedo ser yo?”, se repetía una y otra vez. Cuando su jefe dejó de hablar apenas podía levantarse, las piernas le temblaban y sentía los ojos de todos sus compañeros clavados en su nuca. Llegó a su mesa, recogió su mochila porque lo único que quería era salir por la puerta. Quería huir y sentía la salida cada vez más lejos. Su mundo se acababa de desmoronar, toda su vida centrada en el trabajo y ahora no tenía nada. Había dejado de lado a sus amigos, no tenía novia, ni nada que se le pareciera. ¿Qué iba a hacer ahora?, ¿Cómo viviría? Las preguntas no cesaban de atormentarle. Pero entre tantos nubarrones, vio un rayo de luz. Tenía 30 años, su vida no había terminado, ni mucho menos, empezaba otro ciclo. Se había cerrado esa puerta, pero se abrirían otras. Entendió que la vida son ciclos y si de niño a joven había pasado sin sufrimiento, pasaría de un trabajo a otro sin pestañear. Sólo necesitaba una cosa: confianza. Por suerte esto no se compra, viaja en la mochila de la vida y sólo es necesaria sacarla para saber que la tienes y que siempre la llevas puesta.