Sólo el paladar es capaz de detectar el licor dentro de una tarta, el picante en un pastel de verduras o la pimienta de un salsa. La verdadera esencia de los platos se descubre degustando, saboreando cada manjar, pero siempre dista mucho de su imagen externa. En las relaciones personales ocurre lo mismo y Paco era un claro ejemplo. 
Cabeza alta, esbelto, la mano siempre en el bolsillo derecho y con un andar chulesco. Esa era su carta de presentación. Tenía gran habilidad para conversar sin profundizar en ningún tema, pero siempre acababa opinando en contra del resto y conseguía ofrecer un aire de seguridad ante su grupo de amigos.
Estaba casado y tenía dos hijos, pero le encantaba adular a las mujeres y sentirse siempre encantador con ellas. Su aspecto era chulo y se sentía muy cómodo en ese papel, nunca mostraba un lado humano y presumía del control de su vida, sin embargo, un día su hijo le dijo. ¿Papá por qué a los señores les hablas con esa voz tan rara y conmigo pones una voz de papá? Yo prefiero cuando juegas conmigo que cuando juegas con los mayores.
Paco necesitó el toque de atención de su hijo para saber que el papel que estaba representando era sólo un juego de rol y el verdadero Paco era un gran desconocido que ni él conocía.

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