Lola era gordita. Cuando nació era la más admirada del barrio, su madre la paseaba orgullosa y encantada de tener una niña tan lustrosa. Los piropos iban y venían, pero cuando fue haciéndose mayor en el colegio empezó a ser la gordita de la clase. Entonces ya no era tan admirada, sus amigas la criticaban y su madre la apuntó a natación, ballet y atletismo para que comenzara a perder peso.
Lola comenzó a ver que tenía un problema y los complejos empezaron a aparecer.
Su vecina Carla, sin embargo, era muy delgada, extremadamente delgada y cuando nació no era un bebé que llamaba la atención, los cumplidos eran escasos y su madre se obsesionaba porque engordara. Ambas tenían la misma edad y las dos se sentían incómodas con su peso.
Lola era muy sensible y apreciaba mucho la naturaleza, pero su madre le obligaba a realizar ejercicios para adelgazar y no le dejaba pintar, que era lo que más le gustaba. Mientras que a su vecina Carla le apasionaba nadar y su madre le insistía en que se quedara en casa, relajada dibujando para no quemar calorías.
Las dos se sentían incómodas con su modo de vida.
A base de dieta, la gordita consiguió hacerse delgada y la delgada cambió de metabolismo y empezó a engordar. Ambas cambiaron su peso, pero tampoco eran felices. Sin embargo, Lola decidió seguir sus impulsos y continuó pintando a pesar de su madre y se convirtió en una gran restauradora de arte y Carla optó por dejar de hacer una vida sedentaria y creó una escuela de natación y preparar a futuros campeones.
Las dos nacieron con formas distintas y las cambiaron con el paso de los años, pero sus fondos los mantuvieron desde su nacimiento y fueron los que definirían su forma de vida.
El fondo siempre supera a la forma.