Era la primera vez que viajaba a Las Vegas, quería ver con sus propios ojos la locura por el juego, los rostros de la desesperación y el vicio en cada mirada. Aterrizaba a las 12 de la noche y las luces del juego le despertaron de un profundo sueño. Desde la ventanilla del avión observaba una ciudad en medio de la nada, rodeada por el desierto y donde se levantaban descomunales rascacielos. Sus expectativas se superaron, lujo sobre lujo y en tamaño dos por dos. Un centenar de casinos del tamaño de un pueblo se repartían por la ciudad del juego donde el tiempo no existe y nunca hay fin.
Tras recorrer bocaabierta las calles y descubrir réplicas de la Torre Eifiel, Nueva York, Shanghai o Roma, se introducía en un casino.
Entre todas las opciones que le permitía el emporio del juego, optó por la más fácil, no estaba muy puesta y prefirió apostar en la ruleta. Sólo quería probar y sentir la sensación de jugar en Las Vegas, lo haría con un número que tenía en la mente, el 7.
Le habían hablado de maktub, una palabra árabe que define aquellas situaciones que superan a las casualidades, pero no pensaba que la experimentaría algún día.
Siete veces con la misma sensación, siete veces con la misma intensidad, siete momentos de gloria que ya habían quedado grabados en su memoria. Un número que había pasado a tener un poder especial y decidió utilizarlo. Recordó aquel día e inmersa en sus pensamientos depositaba la ficha con decisión. La partida había empezado y el crupier le obligó a retirar su apuesta. Molesta por su despiste observó el resultado, 10 negro. Su descuido había resultado un acierto.
La partida comenzaba de nuevo y preparada colocaba su ficha en el 7 rojo. Los segundos se hicieron eternos y todos los números pasaban por su ojos hasta comprobar con elegancia cómo la bola caía sobre el siete rojo. Cinco dólares de apuesta se convertían en 180. Casualidad, concidencia, maktub o el poder del siete.

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