Manikanta tenía 28 años, nació en la India, en un suburbio de Delhi. Sus padres habían muerto y a su cargo tenía cinco hermanos. Trabajaba de sol a sol, descalzo y con una camisa raída que intentaba mantener entera. Su mayor tesoro eran sus hermanos y su novia, Nuresvaru, una bella joven por la que se desvivía y se entregaba apasionadamente cuando hacían el amor.
A Richard le faltaban dos años para llegar a la treintena y era el propietario de parte del emporio de su padre. Había perdido la cuenta de los millones que tenía en el banco. Poseía varios coches, dos áticos en Londres, una casa en la Riviera azul y un barco amarrado esperando a sus escapadas. Tenía una novia, pero pasaban por una crisis, ella aseguraba que ya no le apetecía hacer el amor.
Richard y Manikanta eran muy diferentes, vivían en dos mundos separados, pero aunque el inglés podía tener todo lo que quería no había conseguido enamorar a su novia.
Richard viajaba con frecuencia a la India y un día, en uno de sus viajes se encontró a Manikanta quien le llevó hasta el hotel en un rikshaw, en el tradicional transporte indio. Mientras recorrían las calles de Delhi y Manikanta sudaba por el esfuerzo, Richard iba hablando con su novia por el móvil intentando convencerla de que no la dejara.
Estaba desesperado y sabía que a pesar del dinero que tenía no podía hacer nada para conquistarla.
Manikanta no pudo evitar escuchar la conversación y se atrevió a comentarle a Richard. ¿Señor cuándo hacen el amor, siente que no hay nada ni nadie en la habitación, el tiempo se para, pierde la noción del espacio, entra en un momento de excitación que no desea que finalice, pero al mismo tiempo le invade el temor de que va a explotar y fallecer de placer?
Richard no sabía qué contestar, su forma de hacer el amor era más racional, mecánica, duraba unos escasos cinco minutos, incluidos los preliminares, e incluso le daba tiempo a repasar mentalmente la agenda del día siguiente.
Afortunadamente, el máximo placer del ser humano todavía no entiende de clases, poder o experiencia. Da igual si se hace en una cama dos por dos, sobre una piedra o en un pajar. Es indiferente si se tiene más o menos dinero en el banco, si se sabe leer, escribir o se ha tenido suerte en la vida. Hacer el amor es un sentimiento que no se aprende, se siente y se muestra. Quien tenga la suerte de sentirlo en su máxima expresión es la persona más rica del mundo.