La llamaban la analógica, se resistía a sentirse engullida por la tecnología, por eso prefirió entrar en la era global poco a poco, sólo cuando fuera estrictamente necesario. Sin embargo, una noche comprobó que estaba más atrapada de lo que pensaba. Como todas las noches llegó a su casa y observó á través de su móvil el correo electrónico y su twitter, instrumento necesario para desempeñar su trabajo. Pasaban la una de la madrugada y un mosquito no le dejaba dormir. Intentaba actualizar la versión de su red social y cuando lo hizo, el programa le avisó de que debía reiniciar el móvil. Ejecutó la orden, pero no pudo volver a conectarlo, a pesar de sus reiteradas insistencias, su móvil quedó apagado. En ese instante se sintió perdida, se despertaba todas las mañanas con el despertador de su inalámbrico y sin él no era nadie. No sabía qué hacer, estaba desesperada, en su casa no tenía más despertadores y se sentía aterrada sin su pequeño aparato negro de medio palmo. “¿Cómo me voy a levantar mañana por la mañana sin no me funciona el móvil? Estoy perdida”, afirmaba.
Vivía sola y a la una de la madrugada no quería molestar a nadie para pedirle el favor de que le avisara. Eran las 2.30 de la madrugada y seguía locamente apretando todos los botones de su teléfono para intentar abrirlo. Al final, tuvo una idea brillante y pensó. “Abriré la ventana y no bajaré la persiana y así me despertará la luz del día”. A las seis de la mañana su idea daba resultado y el amanecer le despertaba. Entonces, le llegó una idea y pensó sacar la batería del móvil para intentar que su teléfono volviera a funcionar y conectar la alarma. Afortunadamente lo hizo y continuó durmiendo dos horas más.
A la mañana siguiente se sentía aterrada, su adicción era peor que una droga. Dependía de un pequeño objeto y sin él no era nadie. Estaba más enganchada que a una relación, a una coletilla al hablar, a una comida o a una costumbre. Tristemente pensó “ojalá estuviera así de enganchada que a la sensación de un despertar natural, a los paisajes o a la energía de la tierra”. No sabía cómo podría luchar en plena era tecnológica. Era consciente de que si quería trabajar en el mundo debía vivir pegado a la tecnología, pero también sabía que no quería sentirse atrapada. Por lo menos se sintió reconfortada al comprobar que se había dado cuenta del abismo al que se dirigía. Sólo era cuestión de mantener el equilibrio.

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